Son esas premoniciones que se hacen buscando reacciones. No tienen más que esa intención. Pero según el protagonista de esta historia, resultan. Sucedió en la salida del vestuario camino al choque con Bélgica. «Antes del partido me vino a buscar Maxi [Rodríguez], me dio un beso en la frente y me dijo que se cortaba la racha negativa. Me dio aliento y me dijo que el esfuerzo iba a tener su recompensa. Me emocionó lo que me dijo antes del partido. Por eso después lo fui a buscar con tanta locura. Cosas que se dicen, pero que con fe se dan», relata Gonzalo Higuaín, al que, cuando habla de su gol histórico para el fútbol argentino, los ojos se le ponen aún más rojos.
«La felicidad es enorme. Me cuesta hablar porque pasamos una instancia histórica, estamos entre los cuatro mejores y porque este grupo de gente se lo merecía. Me fui a abrazar con todos, con cada uno de mis compañeros, porque este grupo se merece esta felicidad que se apodera de la mente y del corazón. El grupo se merece esto. Todos unidos, el que juega y el que no. Estoy emocionado», sentencia el hombre que volvió a simbolizar el gol para el conjunto argentino en un día por demás emotivo vivido en esta ciudad.
La frialdad que lo caracteriza en su espigada figura cae en la trampa de la emoción. Especialmente, cuando se le menciona el «Olé, olé, olé.Pipa, Pipa» con el que tres veces corearon su nombre durante el encuentro ante los belgas. El sentimiento se mezcla en el análisis. Los minutos posteriores al triunfo ante Bélgica, que ubicó a la Argentina entre los mejores cuatro equipos del Mundial, lo encuentran señalando la tetilla derecha, como imitando el festejo descontrolado después del derechazo cruzado con que superó a Courtois a los 7 minutos y que catapulta a la selección hacia un sueño aún mayor. Hay que destacar también el mérito de Sabella que bancó al Pipa en el equipo y la realidad le dio la razón al técnico argentino.